Muchas veces los padres buscando y deseando lo
mejor para sus hijos les empujan a realizar actividades sin preguntarles si
realmente van a disfrutar practicándolas. No se detienen a reflexionar para
descubrir que no son como ellos. Los niños tienen identidad propia y no hay dos
iguales. Al empujarles a que realicen un sinfín de actividades, no se dan
cuenta que los están forzando, ya que se les dirige muchas veces a realizar y
aprender lo que ellos no lograron, no pudieron o quizá no se les permitió. Y
digo forzar ya que detrás de ese beneficio aparente que se le proporciona al
niño, está la presión inconsciente de que lo han de lograr o, por el contrario,
el fracaso sería doble o quién sabe si triple ya que no han superado la
expectativa esperada por sus progenitores.
En lugar de volcar los sueños y aficiones en ellos
engañándose de que eso les permitirá ser mejores y más felices, sería
recomendable observarlos, escucharlos y permitirles que practiquen aquellas
actividades que les gustan, de esa forma desarrollan sus cualidades. La práctica
de las cualidades siempre será positiva ya que les facilita un caminar más
directo y compensador hasta que encuentren su lugar.
Nuestros sueños son nuestros y ellos tienen los
suyos, la mejor recomendación para que ellos disfruten de sus cualidades y se
esfuercen por mejorarlas es que los padres también lo hagan. Ese ejemplo sí ayuda, sí sirve, sí contagia.
Todos
tenemos cualidades especiales que nos identifican y caracterizan y se ha de
intentar que los niños las puedan conocer, valorar y potenciar desde una edad
temprana, y si son creativas mejor que mejor. Los padres no deben tener miedo a
la creatividad, no deben creer que elegir un camino creativo pueda marcarles un
rumbo poco firme y estable. Si aprenden a hacer aquello que aman les permitirá
no solo mantener su mente quieta dejando libre la intuición y por lo tanto
comprender con mayor rapidez que deben hacer en la vida, sino que les
proporcionará un camino más fácil, más rico, más completo pues permanecen
escuchando el sentir hondo del corazón.
Reflexionemos, el Dios Dinero no hace feliz a
nadie, sobre todo cuando no se disfruta, tarde o temprano el muro de la
apariencia cae, ya sea por causas ajenas o circunstanciales y el vacío es difícil de volver a llenar si no
se han conservado vivas las cualidades. Si se mantiene la escucha interna y se
es fiel a los sentimientos, las trabas y pruebas que la vida nos ofrece serán
fáciles de sobrellevar. Sin embargo la práctica de las cualidades se olvida o
se deja generalmente para momentos de vacación, para días festivos o para
cuando uno se jubila, mientras la dirección primera de la vida está enfocada a
ganar dinero y competir. Se dice que el dinero ayuda y, sí que ayuda, pero muchas
veces supone una trampa para continuar engañándose en una sociedad vacía de
valores donde todo está permitido y
donde se ha de consumir para ser feliz. El dinero es una energía y ha de fluir
no se le debe limitar controlando su dirección o finalidad, cuando hacemos lo que sabemos hacer y
amamos, la prosperidad nos aporta todo aquello que necesitamos.
La vida fácil, es decir, “tener de todo” sin haber
aprendido a luchar ni a esforzarse por: estudios, desarrollar cualidades, intentar
lograr los sueños… es muy peligrosa, se olvida con facilidad lo más importante
en la vida, que es escucharse y conectar con el ser que habita en nosotros. Se olvida que ser es mucho más que tener.
Se olvida que la vida en si es sencilla
y que puede proporcionarnos todo aquello que necesitamos si actuamos de forma sencilla o dicho de otra forma si
somos consecuentes con lo que sentimos.